Medicina

A veces trabajo de paciente simulado.
Esto es, un programa docente donde a los alumnos de medicina, preferentemente a los internos, les toca atender a un paciente que en verdad es un actor, que encarna un caso y que los evalúa en materias de comunicación eficiente.

Esta vez fui la madre de un niño de 9 años al que lo mandan del colegio por un posible caso de déficit atencional.

Ellos deben hacer la anamésis, indagar en los síntomas, en los diagnósticos diferenciados, en las condiciones genéticas, sociales y mentales, y en cuánta cosa se les ocurra además del examen físico, para enarbolar un diagnóstico y un posible tratamiento.
Son alumnos de una universidad privada que son educados para trabajar en la clínica más importante del país y que desarrollan sus internados en los centros de salud familiar de la periferia.
Esta vez descubrieron el caso, hicieron bien su trabajo y piden una evaluación con el niño.
Piensan que la actriz interpretó a una mamá resistente, que no cree que su hijo tenga algún problema y están de acuerdo con que incluso muchos de ellos sufren déficit atencional.

La madre argumenta la hiperactividad propia de la infancia y las malas condiciones de los colegios, donde los profesores quieren que los niños sean una foto porque tienen a su cargo 45 alumnos en una sala. Los doctores comparten esa opinión, me encuentran razón y me dicen que si bien el problema se "trata" precisamente para el control de los profesores, el 60% de los niños continúa con el déficit aun en su vida adulta, porque es una "condición del ser humano".

Donde yo reventé  fue en el comentario de la profesora post actividad, medica titulada y ejerciendo, la que aleccionaba a los doctores a asegurarse del diagnóstico y a ofrecer el tratamiento, que consistía en proponerle actividades físicas al niño, crearle hábitos y, obviamente, medicarlo: la primera semana con la mitad de la dosis y a partir de la segunda, con 10 mg de una pastilla que como efectos secundarios les provoca a los niños: "dolor de cabeza, sueño y anorexia", textual. Y si el niño iba en jornada completa, había que darle dos dosis diarias de dicha pastillita.
El adoctrinamiento de las farmacias disfrazado de medicina tiene a la mitad de los niños pobres drogados con pastillas que los inhiben de ser niños, sólo para mantener el otro negocio redondo de la sociedad actual, que es la educación, y perpetuar las mismas condiciones inhumanas con las que vivimos.

He sido testigo durante 23 años de cómo hay madres son capaces de defender con garras y dientes a sus hijos y hacer lo que sea por darles la salud digna que se merecen. Pero las condiciones educacionales de estas madres son diferentes a las madres del Cesfam de La Pintana, donde su educación en salas con 45 niños y algunos de ellos drogados con Ritalín, generalmente los más inquietos y criticos,  les hacen creer  que esta medicina y esta forma de enfrentar una condición natural de algunos seres humanos sea considerada como la solución a un déficit de sus hijos, una práctica normalizada, estandarizada y habitual de la medicina contemporánea que, sin cuestionamiento alguno, sólo parece evidenciar el déficit social de tolerancia, educación, amor y respeto por el otro.

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