La imagen fue así:
Cruzaba con roja antes de que llegaran los autos.
Y de pronto, una mujer en minifalda, con tacos y cartera, frente a mí, era empujada violentamente por un hombre embestializado, que de un solo golpe la mandó al suelo azotando su cabeza contra el frío cemento de la vereda.
Corrí a socorrerla mientras otro, más adelantado que yo, corrió a increpar al hombre, a exigirle respeto por las mujeres, a pegarle un combo en lo hocico como le era merecido.
La tomé entre mis brazos mientras ella, aún atontada, trataba de levantarse.
Un improvisado batallón de mujeres apareció junto a nosotras.
¿Estás bien? ¿Te llevamos a alguna parte? ¿Es tu pareja? ¿Te duele la cabeza?
Sí chiquillas córtenla, sé lo que están haciendo, pero córtenla. No quiero tener problemas...
Y se puso de pié y corrió a los brazos de su hombre, a quitarle de encima al que la defendía, a rogarle en secreto no se qué cosa, a empujar por la calle a su borracho de clase media y con él la vergüenza de ser defendida de su propio amor.
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